viernes, 13 de febrero de 2015

EL CUADERNO DE LA CENIZA, Juan Ignacio González

















El cuaderno de la ceniza (Cuadernos Heracles y nosotros, nº 10, Gijón, 2013 - edición numerada y firmada por el autor), de Juan Ignacio González es un opúsculo de alta densidad poética, que se adentra en esa llama que consume la vida.

Juan Ignacio Nacho González se vale de un poema de Yorgos Seferis para advertir al lector que los poemas que siguen tratan de la inevitable derrota del ser humano [Venceréis cuando estéis sometidos...], pero a pesar de la pérdida la vida continúa [Hallamos la ceniza, / nos falta encontrar de nuevo neustra vida, / ahora, que no tenemos nada].
A partir de este momento, el poeta asturiano empieza su propia rebelión contra esa engañosa victoria que supone el vivir - Yo no me reconozco en la victoria, / los rostros del dolor / son el paisaje de esta vieja casa- y a fijar los mojones del vasto campo de batalla donde se dirime la suerte del individuo. Ese hombre frágil en el que se reconoce como el guerrero que fui, / y todo verso escrito desde entonces / es un si claudicante, que lucha, trabaja y se enfrenta para ser memoria viva, porque frontera está cerca del olvido / para el que no regresa triunfante.
Dentro de ese cuadro, su lucha encuentra en la poesía, en la escritura -la palabra- de la misma la justificación existencial y al mismo tiempo el recurso primordial del recuerdo que lo enraíza o lo enraizará en el mundo; en la casa, en el hogar que habita pues él es todo el universo.
La principal virtud de Juan Ignacio González para elevar al cielo esta "contraoración" que es El cuaderno de la ceniza acaso sea su escritura desnuda de toda retórica, su radical alejamiento del vocablo pretencioso [¿Para qué fue necesaria la palabra / si en el origen de todo estabas tú?]. Este posicionamiento estético hace que el poema sea coherente con su idea de la poesía, que viene de la memoria y el olvido. Es decir, de esa vulnerabilidad existencial que constituye la vida humana y de la inaccesibilidad al conocimiento sobre el origen y el destino final. Dos extremos fronterizos que delimitan el último territorio, dentro del cual se oye sobre la insistente ceniza la cíclica y nada inocente canción que fertiliza la tierra con la carne y los huesos humanos, pues los hombres sólo somos la lluvia que hemos dejado en otros...