lunes, 20 de mayo de 2013

SAFARIS INOLVIDABLES, Fernando Clemot


Safaris inolvidables (Menoscuarto, 2012), de Fernando Clemot, consolida a uno de los escritores más serios y rigurosos de las nuevas generaciones de narradores españoles. Si ya en su novela - El libro de las maravillas- hacia una propuesta arriesgada sostenida por su confianza en el lenguaje para descubrirnos el desesperado aferrarse a la vida de personajes agónicos, aquí entra de lleno en el paisaje desolado y desolador que deja el desamor.

A partir de un recurso ingenioso y muy acorde a estos tiempos dominados por las nuevas tecnologías, Fernando Clemot propone una serie de excursiones virtuales que sobrevuelan los territorios sentimentales de la memoria. Pero, desde el mismo título se advierte que no son excursiones turísticas, sino safaris, es decir, partidas de caza mayor en las que el protagonista tratará de recuperar el sentido perdido de un amor que en su presente sólo aparece como una pieza sin vida, como un trofeo clavado en alguna parte de su ser.
Sentía tu calor en la cama y tu naturaleza me es ahora tan desconocida como el más negro y perdido de los cuerpos celestes. Es así cómo el abandonado siente en el curso de su viaje virtual al pasado que tampoco él puede escapar a las leyes de esa mecánica celeste que lo extraña y lo aleja indefectiblemente de aquello que amó y que creyó inmutable en el tiempo y en su ser; como si la vida y lo vivido tuvieran la consistencia de la mirada, acaso su misma naturaleza, y trascendieran ese carácter complementario que se desprende de la cita de El hombre que mira, de Alberto Moravia. 
Y de aquí surge otro aspecto importante del texto -entendido éste como tejido narrativo- que constituye Safaris inolvidables. Un aspecto vinculado a la tradición literaria deslindada del relato como conjunto de historias particulares que inducen a la redacción de libros que son en sí mismos catálogos de narraciones temáticas autónomas. Fernando Clemot es un escritor convencido del poder de la escritura y, aunque utilice recursos que parecen concesiones a la modernidad, es fiel a esa corriente de la literatura que ha prevalecido a través de los siglos y que trasciende las modas y las políticas editoriales mercantilistas. En este sentido, Dos fotos que tomé en el Writers debe tomarse no sólo como un sentido homenaje a Dublineses, de James Joyce, sino también como la piedra angular del orden que rige Safaris inolvidables y su verdadera poética narrativa. Una poética que reconoce la fugacidad de todo cuanto es y acontece en el mundo y que revela la escritura como una mirada que trata de fijarse en la memoria aunque acabe disuelta, extinguida, del mismo modo como se extinguen las lenguas y pierda todo lo dicho. Porque toda lengua es, como ser viviente, «un animal de larga vida». Ninguna lengua muere de golpe, en el mundo de las lenguas no existen los accidentes cardiovasculares ni las muertes súbitas. La extinción de una lengua es tan lenta y triste como la de una arboleda, tienen las lenguas una agonía de saurio...Y al final, las historias de amor, como las historias de las lenguas y de los textos escritos, dejan tras de sí esos territorios que prefiguran para el viejo predador una topografía muerta de la memoria.