sábado, 6 de octubre de 2012

POESÍA COMPLETA, William Blake

William Blake [autorretrato]


















La [re]lectura de la Poesía completa (Ediciones Orbis, 1986, trad. Pablo Mañé Garzón), de William Blake constituye la renovada y gozosa experiencia que provocan en el espíritu las obras clásicas. En el caso de Blake esta experiencia constata que las producciones artísticas alcanzan esta condición cuando siempre responden a las preguntas del lector cualquiera sea la época a la que éste pertenece.

Jorge Luis Borges, en el breve prólogo a esta edición de su «Biblioteca personal», dice de William Blake que «en una era romántica desdeñó la Naturaleza, que apodó el Universo Vegetal. No salió nunca de Inglaterra, pero recorrió, como Sewdenborg, las regiones de los muertos y de los ángeles. Recorrió las llanuras de ardiente arena, los montes de fuego macizo, los árboles del mal y el país de tejidos laberintos.» Al parecer, para Borges, tan dado a la economía y a la precisión, bastan estas pocas líneas para resumir la poética de un artista [también era pintor y grabador y concebía la obra de arte como una unidad sin fronteras de especialidad ni de género] que, así como él desdeñó las ideas y las corrientes de su tiempo, también sufrió el desdén de sus contemporáneos y no le fue reconocido el lugar que le pertenecía entre los más grandes poetas universales. 
William Blake es un clásico aún casi secreto, pero quien lo haya leído alguna vez siente la latencia de su voz y la escucha en los senderos más insospechados, porque su mensaje trae consigo los ecos de una verdad esencial para el ser humano. Valga como ejemplo la razón de la relectura que motiva esta reseña. La reciente lectura de Meridiano de sangre, de Cormac McCarthy, dio lugar a la evocación de esa turbadora película de Jim Jamrusch, Dead man, cuyo protagonista es precisamente un trasunto de William Blake, cuyas peripecias en el salvaje territorio estadounidense de principios del siglo XIX lo conducen al corazón de la barbarie donde acaba escribiendo sus «poemas de sangre».
Este descenso a los infiernos, que Blake hace explícito en Las bodas del cielo y el infierno, es la descarnada visión de esa portentosa y maniquea lucha entre el Bien y el Mal en un territorio en el que uno y otro contaminan el espíritu humano y lo utilizan como arma arrojadiza para su pugna. Lo que distingue a William Blake de sus antecesores -Dante, Milton- en la descripción de esta batalla es que su visión prescinde de las leyes morales que emanan de la religión o de la política y se enfrenta con crudeza amoral a la realidad de esas dos fuerzas. No importa que muchos dijeran en su época, y otros lo siguieran diciendo mucho después, que la suya era la voz de Satán porque su misión era oficiar de abogado del Diablo para cuestionar una realidad que percibía maligna. Esa realidad que, en el siglo XVIII, empezaba a ser dominada por la razón, el cientificismo y la materialidad [Si las puertas de la percepción se limpiaran, todo aparecería a los hombres como realmente es: infinito. Pues el hombre está confinado en sí mismo hasta ver las cosas a través de las estrechas rendijas de su caverna].
Blake reivindica la visión como forma de imaginación, pues ésta, al conectar al hombre con la eternidad, constituye un acto de libertad. William Blake interpreta que la razón instrumentalizada por el pensamiento racionalista, cientificista y deista que condena al hombre a su deshumanización es fruto del uso malversado de la palabra original traicionada primero por los sacerdotes y después por los filósofos y, por tanto, es misión del poeta restaurar esa palabra original para que el espíritu humano se imponga sobre el materialismo. ¿No me crees? No procuraré convencerte. / ¿Duermes? No intentaré despertarte. / Sigue durmiendo, sigue durmiendo. Mientras duren tus / gratos sueños / la razón podrás beber en las claras corrientes de la vida. / La razón y Newton son cosas distintas. / Por eso cantan la golondrina y el gorrión.