sábado, 31 de diciembre de 2011

LOS LOGÓCRATAS, George Steiner


George Steiner por Loredano




Los logócratas (Siruela, 2003, trad. María Cóndor), de George Steiner, instruye sobre la filosofía del lenguaje y de la lectura y de la meridiana toma de posición del autor ante la industria cultural en general y la editorial en particular. El conjunto de ensayos, la entrevista y el relato que componen este libro constituye una elevada y didáctica reflexión acerca de la conflictiva relación entre «gran cultura» y «cultura de masas», y también acerca de la importancia de la imaginación para el crecimiento espiritual de la humanidad.

George Steiner llama logótratas a los pensadores que creen que el logos, el alma hablante en lenguaje bíblico, es anterior al ser humano y por tanto atribuyen al lenguaje de modo implícito un origen divino, y al hombre el carácter de vehículo. GS, si bien considera que esta suposición conlleva el peligro de la deshumanización («in-humanismo») que subyace en todo discurso totalitario y que suele cristalizar en sistemas de la misma naturaleza, aprecia en esta doctrina el sentido trascendente del lenguaje que todo ser humano encarna y cuyo conocimiento exige un viaje al origen, que suelen protagonizar el filósofo y el poeta munidos de  honestidad y voluntad para escapar de los cantos de las sirenas y del farfullo fenomenológico del mundo. 
De esta actitud de GS, se infiere su mensaje de que ni siquiera los pensadores positivistas escapan a la logocracia a pesar de su insistencia en proponer el origen del habla y la evolución del lenguaje como una consecuencia de la división del trabajo como «parte de un continuum que abarca todas las formas de comunicación en las especies animales [...] y los códigos de comunicación pre o extraverbales...». 
La única certeza  que podemos tener, viene a decir GS, es que «el lenguaje y la humanidad son inseperables» y que sea su origen divino o natural es siempre «el necesario y justo instrumento de su [la del hombre] existencia social y política. Esta vinculación con la historia y con la política lleva a algunos logócratas, como Joseph de Maistre, a decir que hay una correspondencia entre la decadencia individual o social y la declinación del lenguaje. «Toda degradación individual o nacional es anunciada en el acto por una degradación rigurosamente proporcional del lenguaje», escribe De Maistre citado por GS.
Heidegger, el mayor de los logócratas para GS, el lenguaje es el ser mismo el que habla y por tanto «la casa del ser», de la cual el hombre es su guardián. En dicha morada residen las «palabras justas e inevitables» que constituyen la poesía y que han sido dadas al poeta para «que sea hablado» por el lenguaje a través del poema.  Los poetas y los filósofos son, para Heidegger, quienes están, como escribe GS, «a cargo de las pulsaciones de luz del logos», los que «escuchan el silencio de la paz en el lenguaje y le hacen eco» y, por tanto, todos los demás quedan excluidos de este tarea. Por esta razón «una sociedad de consumo, una tecnocracia populista o directorial, ahoga sus voces. Inevitablemente corroe las disciplinas intelectuales, los silencios de la atención y las convenciones del respeto a lo canónico, que son indispensables para la verdadera difusión de la excelencia poética y filosófica», apunta Steiner.
De aquí que considere que, en la sociedad contemporánea, dominada por el consumo y el farfullo verbal, escritores y poetas como Celan, Kafka, Faulkner, Musil, Borges, etc., ya no serían publicados. «La vida intelectual absolutamente pura, en este nivel de abstracción se ve atormentada por un hambre de acción, una irreprimible necesidad de rozarse con la plebe». Por otra parte, esa «hambre de acción» que limita el espacio de la vida intelectual también reduce el tiempo de los lectores que se ven impelidos a lecturas rápidas de obras que necesitan ser leídas antes de que caduquen sus contenidos «comprensibles» y, consecuentemente, desprovistos de sus facultades críticas y de la paciencia necesarias para obras de contenidos resistentes al tiempo.
Otras reseñas de Steiner en Mis [re]lecturas: Lenguaje y silencio y Gramáticas de la creación.

viernes, 23 de diciembre de 2011

STILL LIFE, Juan Vico

El poeta Juan Vico




Con Still Life (Servei de Publicacions de la Universitat Autònoma de Barcelona, 2011, Colección Gabriel Ferrater), Juan Vico logra un alto registro poético, con el cual se sitúa en un lugar prominente entre los jóvenes poetas españoles. Esta percepción se asienta en una poética intensa, estética y conceptualmente, que se proyecta con la madurez que exige el conocimiento de la condición humana.

El hecho de que Still Life haya obtenido el XXVIII Premi de Poesía «Divendres culturals 2011» ha servido para verlo publicado y que lo haya sido con una sobria y elegante edición. Pero más allá de este detalle, cuenta que el contenido revele la seriedad de la propuesta poética de Juan Vico, que parece denotar, junto a otros jóvenes de su generación, un posicionamiento estético que enlaza, a través de las lecturas de grandes poetas europeos y latinoamericanos, con una tradición española que ha permanecido más o menos sofocada por el peso del realismo desde el siglo XVIII en adelante. Una tradición que tiene como referencias las miradas místicas de Juan de la Cruz y Teresa de Ávila y la noción de «concepto» sobre el que giraron las obras de Góngora y Quevedo. Después, apenas algunas voces, como las de Miguel de Molinos, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez antes de que la Generación del 27 abanderara el renacimiento de una poesía que calaba más allá de la realidad evidente y proponía un orden metafórico ajeno al mecanicismo realista, pero que fue abortada en la Península por la Guerra Civil y la imposición del realismo como expresión rígida del poder hegemónico. Después, apenas si se dejaron oír [o les dejaron] algunos poetas, entre ellos José Ángel Valente y, ya más cercano, Antonio Gamoneda. Es precisamente en esta línea que se sitúan algunos jóvenes poetas españoles, entre los cuales Juan Vico destaca con sencilla naturalidad.
En el conjunto de poemas de Still Life, JV mantiene un serio y denso diálogo con los mitos, especialmente el órfico que moderniza para reivindicar la alianza terrena entre el lenguaje y la música y proclamar su necesaria renovación a través de la oralidad y el discurso racional, y con los maestros, cualesquiera sean sus disciplinas -plásticas, poéticas, cinematográficas- para acercar al lector al pálpito de una vida que, a pesar de la aparente quietud, late a este lado del abismo. Me miro en ese espejo mientras trato / de copiar los despojos de mi tiempo, / de salvar un recuerdo, una mirada, / la luz de un cielo más, de un cielo menos, escribe el poeta estos versos que por sí mismos constituyen un manifiesto poético y a la vez la radiografía de una realidad cuya degradación alcanza al espíritu mismo del tiempo. Un tiempo quieto, donde hasta los árboles se aburren y donde la escritura ni siquiera puede resistir a veces sin fragmentarse, sin desintegrarse en versos que articulan un poema astillado, como el bello Paul Klee en Túnez. Un tiempo, «un punto cero», inundado por la angustia del silencio y de la ausencia de la voz propia y de lo que se intuye tras la oscuridad que reflejan los espejos. Esos agentes que aquietan la vida.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

LOS CANÍBALES, Iván Humanes



La antropofagia como metáfora de la autodestrucción social constituye el nudo de Los caníbales (Libros del Innombrable, 2011), de Iván Humanes. Autor de una escritura tersa y tensa, como ya se apreció en su novela La emboscada, Humanes recrea un submundo oscuro que se manifiesta en la realidad cotidiana con una pasmosa naturalidad y cuyos estragos no son perceptibles hasta que es demasiado tarde.


Los cuentos reunidos en Los caníbales, no obstante su autonomía y su diversidad temática, tienen la virtud de conformar un universo en el que los personajes están en permanente tensión frente a la acción devastadora del mal. Éste se encarna a veces en extrañas criaturas que evocan antiguos mitos, desde los escandinavos hasta los lovecraftianos e incluso bíblicos, pero en general es una invisible acechanza, destructiva y autoritaria -un dios, un sistema- que gobierna las conductas y los pensamientos de los seres humanos hasta convertirlos en meros esclavos de sus designios. 
La literatura fantástica exige que las manifestaciones de lo oculto -lo fantástico, lo extraño- no se presente como una excepción del mundo, sino como parte de su naturaleza. Este principio, tantas veces olvidado, es respetado escrupulosamente por Iván Humanes en la misma medida que respeta la tradición literaria hasta el punto de dialogar libre y espontáneamente con los clásicos. 
A diferencia de otros autores para quienes la intertextualidad, noción apuntada por Bajtin y Kristeva, es saqueo, para IH es diálogo con los maestros (Lovecraft, Poe, Kafka, Borges, Cortázar, Calvino, Asimov, los anónimos autores bíblicos, escandinavos medievales, etc.). Un diálogo enriquecedor que abre nuevas ventanas y registros de la realidad proyectada por los sentimientos perturbados de los seres humanos que han sucumbido al miedo y a la incertidumbre y ante quienes se presenta un paisaje devastado por la crueldad. 
Son precisamente la crueldad y lo sagrado las pulsiones que denotan la intro historia de la humanidad y que estos cuentos manifiestan y describen con la tensión y precisión de una trágica partida de ajedrez. Un juego atroz en el que el olor de la corrupción y una contaminación apocalíptica obligan a los jugadores a refugiarse en el subsuelo, construir laberintos y elevar muros en los jardines y en los salones de los hogares convertidos en inútiles fortalezas, pues el mal convive entre ellos y los condena a devorarse entre sí.
Pero, en esta atmósfera agobiante, irrespirable y claustrofóbica del subsuelo, IH ha tenido la sensibilidad y la inteligencia de crear espacios alternativos, ventanas aleatorias, que, a través del humor [negro] y la ironía que permiten al lector [y al narrador] tener la distancia ficcional suficiente como para ahondar en el sentido último de la metáfora.
Con Los caníbales, Iván Humanes no sólo mantiene las características más notables de la prosa -precisión, sustancialidad- de su novela anterior, sino que se confirma como uno de los valores más firmes de la joven literatura castellana.