sábado, 22 de octubre de 2011

UNA HABITACIÓN EN ROJO, J.R. Mansilla

Carlos Morales, Juan Ramón Mansilla y Antonio Tello

Una habitación en rojo, de Juan Ramón Mansilla (El toro de barro, 2011), representa un lúcido y arriesgado abismarse en la realidad poética de lo cotidiano; en esa realidad donde quedan filtradas las dudas y las preguntas, los dolores y las angustias del día y de los días. Desde la intimidad de esa habitación teñida por el  fauvismo de Matisse, Mansilla desnuda su alma y su poema.

Un poeta -no hay grandes ni pequeños, sino verdaderos o falsos- se distingue siempre por la autonomía de su voz y la de Mansilla en Una habitación en rojo -en magnífica edición de Carlos Morales para El toro de barro-, suena limpia e inconfundible haciendo que su tono confesional trascienda de las cuatro paredes al  espacio abierto por esas «ventanas que dan al levante», a través de las cuales podemos ver puentes doblados «como latas de cerveza», la explosión de una nube y sentir que una voz te dice que «toda la vida cabe en una vida» y que la muerte «es una patraña». 
Desde ese lugar, paradójicamente íntimo y abierto, J.R.M. funde su lenguaje descarnado con el lenguaje del poema y se sostiene en él, vive en él, con el esplendor y la fugacidad de la vida acotada por el abismo del silencio y el olvido. «Una mujer camina en la noche. / ¿Hacia un lugar? / Se detiene. / Sus pasos avanzan / aunque nadie escuche. / Salvo tú. Salvo yo.» Es así que la voz de quien pregunta, de quien habla al otro es señal y síntoma del vivir y reconocerse en el mundo, aunque la sensación de la conciencia diga que somos parte de un sueño y en el sueño una araña o una mosca, una vida diminuta a punto de devorar o ser devorada hasta que la luz nos salva o nos falsea con la ilusión del ser. En esa disyuntiva sólo el poema, es decir, la voz que nace de las entrañas del ser, aparece como tabla de salvación, de refugio y protección ante la soledad o la angustia que nos atenaza. Y allí, en ese lugar íntimo y abierto, la sensación de placer de un cigarrillo, del aroma de un café, el vuelo de los pájaros, el sonido de unos pasos tras los cuales ronda el amor o la muerte deviene conciencia del vivir cotidiano, doméstico, real. Todo eso que es la vida y que al final, cuando eres capaz de balbucear lo que has vivido, dices, te dices, «has visto / las grullas / que retornan / y pides un poema / para ir / y no volver».