sábado, 4 de junio de 2011

HACIA LO ABIERTO, Goya Gutiérrez



Goya Gutiérrez propone en Hacia lo abierto un viaje al interior del Universo, que es lo abierto del alma humana, en el sentido que le da Rainier María Rilke, de quien la poeta recuerda aquel poema cuyos dos primeros versos dicen: Con todos sus ojos ve la criatura lo abierto. / Porque cerca de la muerte uno ya no ve la muerte...


En este breve libro, cuya edición ha sido enriquecida con poemas visuales de Edu Barbero y fotografías de Enric Velo, Goya Gutiérrez se asienta en los cuatro elementos fundamentales -Tierra, Agua, Aire, Fuego- para llevar al lector a una reflexión sobre el alma y la condición humana y lo hace reduciendo cualquier metáfora a una inequívoca declaración de principios ante la angustia esencial del hombre: No temer a la muerte sí a los dioses / impuestos y palpables. Desde este punto de partida queda claro que el misticismo de Goya Gutiérrez es laico,  de un agnosticismo que revaloriza los cuatro elementos que le sirven para estructurar el poema en sendos apartados correspondientes. Apartados que determinan la paradoja que constituye la existencia del ser humano y del mundo, el finito eslabón / sin principio ni fin del Universo, pues es «el rostro [el ser humano] el que se impone al color de la muerte». Es así como Goya Gutiérrez, lanzada ya hacia lo abierto dibuja un mapa existencial rico en matices, entre los cuales los días se alimentan de la materia carnal y sentimental, de los miedos y de las ambiciones. También de ese gozo único, perdurable en su fugacidad, que nace del cuerpo y ocupa el espíritu. Y eso lo sabe el colibrí que en vuelo / al fondo de su vientre llega / con su lengua avispada incitándola / sorbiendo el dulzor de la mutua entrega  // ¿Y quien entonces siente / sino aquel que arrebató el instante: / cisterna de lluvia y de sombra / vertida en el lienzo? Y al final de esa plenitud, trascendida la muerte, mientras silencioso y presente arde el Ocaso, el ser ha ganado un espacio libre de fronteras, sin adentros y afueras. Porque no son los dioses -parafraseando a Wittgenstein- los que se revelan en el mundo, sino las almas encarnadas de los seres humanos.


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