viernes, 16 de julio de 2010

LÍRICA DE UNA ATLÁNTIDA, Juan Ramón Jiménez


Lírica de una Atlántida (Galaxia Gutenberg / Círculo de los lectores, 1999), reúne la poesía de Juan Ramón Jiménez escrita entre 1936 y 1954, en una magnífica edición a cargo de Alfonso Alegre Heitzmann. La relectura de JRJ, a quien ciertos poetas principales de España trataron de ignorar, nos ayuda a dimensionar la distancia que existía (existe) entre la obra de uno y otros.

El compromiso de diálogo con el poeta Alfonso Alegre Heitzmann centrado en el poema Espacio confrontado a La tierra baldía, de T.S.Eliot, fue el detonante de una lectura que renovó la percepción del poderoso influjo ejercido por JRJ en la moderna poesía de habla castellana al rescatar su pasado más noble, en cuyo linaje figuran Quevedo, Góngora, pero sobre todo, Juan de la Cruz, Teresa de Ávila y Miguel de Molinos pasados por el tamiz de los simbolistas franceses y el radicalismo propuesto a través del monólogo interior por James Joyce. Estos son algunos de los sustentos con que J.R.J. fragua un nuevo lenguaje poético que logra que el poema mismo sea la columna vertebral de la realidad del mundo que describe con ambición abarcadora, trascendente. 
En Espacio no hay asunto ni argumento sino voz que unifica con «embriaguez rapsódica», según Díaz-Canedo y conduce en «un oleaje verbal» (Sanchez Robayna) a la liturgia de la celebración de la vida, pues «los dioses no tuvieron más sustancia que la que yo tengo». Para Juan Ramón, el único dios, es el dios poético, la palabra, al que no busca sino que va a su encuentro disolviendo su yo en la sustancia, en el tiempo. «Mi mejor obra -dijo en una ocasión para justificar esa búsqueda- es mi constante arrepentimiento de mi Obra».

lunes, 5 de julio de 2010

LA TIERRA BALDÍA, T.S. Eliot

En 1922, el mismo año en que James Joyce publicaba su Ulises, Thomas Stearns Eliot daba a conocer su poema La tierra baldía (Cátedra, 3ª edic. 2009, edición bilingüe de Viorica Patea, trad. de José Luis Palomares), con el que se inauguraba en el mundo anglosajón el lenguaje poético de la modernidad.

La relectura de este poema que tanto me impresionó en mi adolescencia hasta el punto de ser uno de los pilares que forjaron mi propia voz me ha resultado gozosa. Especialmente gozosa porque ha sido confrontada con la lectura de Espacio, el poema fundacional de la modernidad hispano debido a la genialidad de Juan Ramón Jiménez, del cual ya escribiré en otra ocasión.
La tierra baldía sorprende al lector por una constante apelación al mito como memoria colectiva que atesora los valores fundamentales de la cultura y la civilización, en su caso europea, y al mismo tiempo lo desconcierta por una radical fragmentación del texto que busca plasmar, del mismo modo como lo hacía el cubismo en la pintura y la escultura, una realidad en disolución. Una realidad presa del caos, la violencia, el desorden y la corrupción irremediables. Sin embargo, en este erial, en esta tierra baldía que es el mundo, T.S.Eliot cree en la redención. Cree, como parecen significar los ritos cíclicos de la fertilidad, en la redención, en el renacer. Aunque abril sea el mes más cruel y en la hora violeta silben murciélagos con «cara de niño», en el alma persiste esa esperanza que propiciará el relámpago y, tras el trueno, que una ráfaga húmeda traiga la lluvia.
El carácter abarcador, no totalizador, de la realidad del mundo, que Eliot le da al poema con su atomización formal, los quiebres temporales y las mutaciones de los personajes hace que éste, acaso como reflejo de la figura de Tiresias, el adivino ciego de Tebas que llegó a saber que el placer más intenso del ser humano es el femenino porque fue mujer, se convierta en la metáfora de la unidad existencial.