domingo, 21 de marzo de 2010

RELATOS COMPLETOS, Virginia Woolf





«La ficción es como una tela de araña, quizás unida muy ligeramente, pero siempre pegada a la vida por sus cuatro esquinas», escribió Virginia Woolf. Sus Relatos completos (Alianza Editorial, 2006, trad. Catalina Martínez Muñoz), dispuestos por orden cronológico, ejemplifican de modo meridiano esta convicción de la creación literaria. 

A través de la lectura de los cuentos, desde el primero, «Phyllis y Rosamond», datado en 1906, hasta el último, «El balneario», escrito en 1941, poco antes de suicidarse, no sólo se accede al rico universo literario de una autora esencial de la literatura occidental del siglo XX, sino que también se asiste a la imperiosa búsqueda de recursos técnicos y poéticos para expresar con fidelidad las contingencias existenciales de sus personajes. 
En un entorno hegemonizado por la acción y la descripción realistas, Virginia Woolf sostiene que el relato «debiera ser tan directo y tan ligero como el hilo que se cuelga entre dos perales para poner a secar la colada», pues tanto el relato como la novela han de procurar «captar multitud de cosas en la fugacidad del presente, de abarcar el todo y modelar infinitas cosas extrañas». Este propósito lleva a la Woolf a alejarse de la realidad inmediata dirigiéndose hacia distintos ángulos e introduciéndose en los pensamientos de sus personajes y entreviendo lo externo como un paisaje brumoso. «Las historias sin conclusión son también legítimas», escribió evocando a Chéjov, uno de sus maestros. 
Los cuentos de Virginia Woolf no se nutren tanto de la realidad perceptible como de los recuerdos y la imaginación, elementos que, como bien dice Susan Dick, la editora de los relatos, «ofrecen a los personajes el medio de escapar de sus tediosas vidas». La lectura de los cuentos revelan las estrategias y experimentos seguidos por la escritora para concretar su obra narrativa. Este es el caso del cuento «La señora Dalloway en Bond Street», que constituyó la base de la novela «La señora Dalloway» una vez que situó «al narrador en la mente del personaje y mostró los pensamientos y emociones de ese personaje a medida que ocurrían», como escribe la profesora Dick. Es así que una vez creado el ambiente y el espacio en el que se mueve su personaje, Woolf es capaz de aproximaciones y distanciamientos, como ocurre con «El vestido nuevo» y otros cuentos ambientados en la fiesta de la señora Dalloway, que transmiten desde «la conciencia de grupo» distintos puntos de vista y percepciones de una misma realidad, cuya objetividad siempre aparece difuminada.
Leer y releer los cuentos de Virginia Woolf es una experiencia que nos sitúa en el pálpito mismo de la palabra, cuyo peso ella decía sentir en la yema de los dedos.

viernes, 19 de marzo de 2010

LA ERÓTICA DEL RELATO, Jimena y Matías Néspolo (Comp.)

La erótica del relato. Escritores de la nueva literatura argentina (Adriana Hidalgo editora, 2009) es una antología que tiene como compiladores a los hermanos Jimena y Matías Néspolo, que reune, incluidos ellos, a diecisiete narradores de la generación de los años setenta.

Estos jóvenes escritores, que se autodenominan «Los heraldos», incluyen al inicio del libro un manifiesto a modo de declaración de intención estética, la cual se define más por lo que rechazan de la narrativa argentina contemporánea que por la búsqueda de la novedad formal o temática. «Los ejercicios de estilo o de vanidad nos arruinaron el oído. Ahora la música nos es ajena. Quizás nuestras frases desafinen. Hagan ruido. Pero suenan». Este es acaso el párrafo más interesante de su propuesta generacional, ya que lleva implícita el reconocimiento de su necesidad de una lucha por recuperar lo perdido a causa de esa orfandad a la que el terror de Estado los condenó. «Es cierto que del parricidio no podemos jactarnos. La dictadura os dejó huérfanos», confiesan, pero también declaran «asumimos el riesgo y nos tomamos en serio el simulacro», sabedores de la dificultad de dar el salto sobre la ausencia de la generación aniquilada para establecer contacto con la tradición cultural.
Si bien la selección de los hermanos Néspolo no escapa a lógicos altibajos, La erótica del relato constituye una muestra muy solvente de esa camada de narradores que nació, en su mayoría, en los años de la atroz dictadura militar. Con un notable dominio de los recursos narrativos y del lenguaje, los jóvenes escritores buscan escapar de la mera crónica realista y del discurso testimonial para proponer un imaginario en el que el terror se manifiesta como una amenaza brutal y misteriosa en ocasiones y en otras como una pulsión mórbida irrefrenable, o en el que la muerte física evita el dolor de la muerte afectiva, o en el que la identidad acaba disuelta en visiones o ecos de visiones. Muy significativos son en este sentido los cuentos de Jimena Néspolo -Las cuatro patas del amor-, Claudia Feld -Cambio de suerte-, Oliverio Coelho, -La presa-, María Casiraghi -La entrevista-, Marcelo Damiani -El sentido de la vida- y Matías Néspolo -El hachazo-, un cuento que enlaza por su angustiosa tensión e inevitable desenlace con El hombre muerto de Horacio Quiroga. Este último apunte sirve para señalar que estos jóvenes narradores al reconocer el abismo han sabido salvarlo con su mirada. 
Los otros heraldos son Marisa do Brito Barrote, Jorge Hardmeier, Gisela Heffes, Federico Levín, Pablo Manzano, Martín Murphy, Mauro Peverelli, Patrio Pron, Ricardo Romero, Hernán Ronsino y Diego Vecchio. Es difícil saber si todos harán carrera literaria, pero sí que tienen buenos argumentos para seguirla.

sábado, 13 de marzo de 2010

EL CUENTO DE UN HOMBRE CIEGO, Junichiro Tanizaki


El tenebrismo supuso para los occidentales una representación del estado anímico del hombre  que empezaba a adentrarse en la modernidad. 
Caravaggio, Zurbarán, etc. ejemplifican la naturaleza de esta corriente en la que los contrastes entre la luz y las sombras representan la densa lucha entre el bien y el mal, la belleza y la fealdad. En oriente, la oscuridad es también un latido de la belleza.

En El cuento de un hombre ciego, del japonés Junichiro Tanizaqui (Siruela, 2010, trad. Ángel Crespo), la sombra sirve para significar una íntima y honda concepción de la belleza y de la pasión amorosa. El autor, que como Ryonosuke Akutagawa y Mishima, entre otros, se sentía atraído por la modernidad y el simbolismo europeos, trató de «trascender la verdadera naturaleza del contraste», para alcanzar «la íntima asunción de quien lo vive y hasta su fragilidad», como dice Ana de la Robla en su magnífica reseña de La llave, obra maestra de Tanizaki.
En El cuento de un hombre ciego la guerra entre samurais, sus protagonistas y sus pasiones son percibidas a través del tacto, los sonidos y los olores por el narrador, ese masajista ciego al servicio de una bella dama de la cual está secretamente enamorado y por la cual acabará, pobre, cumpliendo su oficio entre viajeros y peregrinos, en la frontera de su vida y su muerte sostenido por el sutil hilo de la memoria. La ceguera del narrador se comporta como la tinta china en las acuarelas orientales y a través de ella se dibuja un paisaje de penumbras por donde los hombres y las mujeres se enfrentan entre sí y a sí mismos, sujetos a la servidumbre de sus códigos y de sus deseos. De aquí que Yaichi, el relator ciego del cuento, diga casi al final de la historia como inútil constatación: «En resumen, [Hideyoshi, el victorioso señor] debió de tener el mismo sentimiento que me invadió en medio de las llamas: puede que los más grandes héroes, en el fondo de su corazón, no se diferencien de nosotros, los hombres comunes.»