lunes, 1 de septiembre de 2008

EL CASTILLO DE LOS DESTINOS CRUZADOS, ÍTALO CALVINO


Hay escritores con una profunda identificación con la escritura, pues saben que la lengua es la fuente de todas las historias factibles de ser narradas. Algunos de estos escritores, conscientes de su alta comunión con la palabra, son capaces de someterse a duras pruebas, entre las cuales acaso la más difícil sea la de forzar la narración a partir de una historia predeterminada. Esto es lo que hace Ítalo Calvino en El castillo de los destinos cruzados (Siruela, 1989, trad. Aurora Bernárdez). A partir del alineamiento de cartas de los tarots de Visconti y de Marsella, Calvino se propone un audaz juego narrativo del que no sale indemne.
«...No todas las historias -confiesa Calvino en las notas finales de su libro- que lograba componer visulamente alieando las cartas daban un buen resultado cuando empezaba a escribirlas; las había que no ponían en marcha la escritura y que debía eliminar porque hubieran bajado el nivel del texto, y había otras en cambio que superaban la pureba y adquirían en seguida la fuerza de cohesín de la palabra escrita que, una vez escrita, no hay modo de cambiarla de lugar. [Pero] Así, cuando volvía a disponer las cartas en función de las nuevos textos que había escrito, las constricciones y los impedimentos que debía tomar en cuenta habían aumentado aún más».


Frente a estas dificultades, Ítalo Calvino confiesa que trató de rebajar «el material verbal» al nivel de un «borboteo sonámbulo. Pero cuando trataba de reescribir -anota- según este código páginas en las que se había aglutinado una envoltura de referencias literarias, éstas oponían resistencia y me bloqueaban».


La experiencia deviene frustración para el escritor. El castillo de los destinos cruzados es un bello y aleccionador fracaso, pero fracaso al fin,