martes, 31 de octubre de 2023

ASTEROIDES, Antonio Tello

 



Crónicas del Olvido


UN POETA EN LA INTEMPERIE DEL MUNDO
Por Alberto Hernández, crítico venezolano.
1.-
El verbo es la patria, dice una voz que viaja por este libro. Antonio Tello se reconoce en la lengua que habla, en la que lo construye cada vez que escribe un poema. Esa patria, lejana, anidada en las venas, sigue latente en cada verso que ocurre en este libro.
La definición asteroide implica una visión aérea, una rotación, un viaje elíptico, redondo o conducido por un universo que desconocemos. Ocurre que somos asteroides, que estamos sometidos a esa patria que se nos hizo lejos, tardía en la forma de recordarla o tenerla en el cuerpo, la otra patria: el cuerpo como texto que define lo que no somos, porque somos más adentro que clima exterior.
Antonio Tello es un poeta sacudido por la intemperie del mundo. Su poesía, de una belleza que conmueve, nos conduce hacia diversos paisajes, pero sobre todo hacia el interior humano.
2.-
Las palabras giran alrededor del poema. Son la poesía. La luz que emana de sus cuerpos irradia sobre la pupila de quien se asigna una persona. Una primera que habla desde su extranjería, desde la lejana visión del retorno a la tierra madre.
Recogernos en estos poemas implica hacernos parte de ese territorio donde el autor abriga la esperanza de recuperar la patria, hacer de las palabras, de la poesía, el único lugar donde sea posible respirarla, vivirla. No ser un extraño.
“Yo soy ese extranjero que mañana regresará a la patria
(…) Yo soy ese poeta que hundió en la tierra la palabra y he olvidado
El lugar (…) Yo soy el náufrago sin mares…”
Así comienza su navegación. Su rotación alrededor de una poética en la que los restos del mundo aparecen como parte de sus inquietudes. Así sus pérdidas, sus olvidos para recuperarlos con el eco que siempre lleva en su interior.
Y así sigue su viaje en el espacio de la página donde reposan
“las palabras que se quedan/ mientras avanzo/ (por)
paisajes que nunca conoceré.
Ser parte de lo que ha quedado de esas rotaciones existenciales, de esos desasosiegos lo impulsa a afirmar que:
“Sí, soy esa piedra entre las ruinas”
3.-
Del yo rotundo a la mirada en el otro, del otro compulsivo, arrastrado por las pérdidas, por la realidad de fuerzas extremas:
“Tanta ira, tanta violencia, tanta patria y al final todo se reduce a este diario naufragio”.
la voz que habla, la que escribe es también parte de un desahogo: “…el vértigo que nos abisma”,
aquí el yo se vierte plural para luego avistar un paisaje donde la poesía se hace de un lirismo aforístico: “La naturaleza del viento es la caricia”.
Y llega a preguntarse con todo el afán, el ahínco, la fuerza de quien se siente dopado por el silencio:
“¿Qué clase de versos son estos/ que vuelan de un continente a otro/ y nada dicen del abismo?”.
4.-
En plena intemperie, Antonio Tello sigue indagando, sin sosiego pregunta en una suerte de un extravío vital:
“¿Entro o salgo? ¿En que lado del umbral me encuentro?”.
Le queda su cuerpo astral, el asteroide que es como humano ser, como destino incierto, como resto de planeta verbal:
“…el cuerpo que nos queda…”
y
“La patria de los poetas es el corazón (…)”
Luego personaliza su región física, su revelado planeta acompañado:
“…soy la hierba bajo tu cuerpo”.
5.-
En la segunda parte del libro: “Cinturón de asteroides” resalta otra pregunta:
“Qué clase de realidad nos esclaviza?”,
y retorna a su adentro filosófico, reflexivo:
“…sin voz sombra/ sin cuerpo un latido que se extingue”.
Para afirmar con ánimo casi cartesiano:
“Sí, soy ese que piensa, que resiste…”,
Vuelve al plural: “Somos ese que grita”.
Esta es una poética de muchas aristas, pero sobre todo de una en la que el dolor por un país, digamos, por un desolvido, insiste en no desviarse. Por eso, el poeta se pregunta desde su experiencia:
“¿En qué piensa un exiliado?”.
Las respuestas podrían ser muchas. El poema rasguña, se mueve entre tantas asperezas, entre la sombra y la luz, entre el yo y el nosotros.
Estos asteroides seguirán rotando entre tanto espacio, mientras la voz de Antonio Tello crece como un planeta.

lunes, 30 de octubre de 2023

SANGRE ACOMPASADA, Silvia N. Barei

 


"Sangre acompasada" (Argos / Babel, Córdoba, y Reflet de Lettres, París, 2023) consagra a Silvia N. Barei no sólo como una ensayista inteligente y lúcida a la hora de abordar la crítica literaria[i] y la cultura y los hechos culturales[ii], sino también como una de las mayores poetas argentinas contemporáneas, desde la publicación de su primer libro de poemas en 1992, “Que no quiebre el conjuro la palabra”.

En “2001”, poema de “Animal ciego”[iii], Barei informa de una clave de su poética cuando escribe “No se trata de lo que uno cree estar viendo […] no se trata de lo que uno cree no estar entendiendo […] Se trata de reconocerse en la propia sombra / entre las sillas y la mesa vacía / mientras unos llaman y otros se despiden / en estos tiempos que queman / tiempos / en que algún comienzo estará por suceder”. De este modo, la poeta expresa la necesidad de saber quiénes somos atravesando la realidad evidente y descubriendo esa otra realidad “que las sombras ocultan”, en palabras de Emanuel Lévinas.

En “Sangre acompasada”, Silvia N. Barei penetra las sombras con el impulso rítmico y armónico que le da el corazón tomando para sí el verso del chileno Oliver Welden – “El corazón es un músculo de sangre acompasada”, que figura a modo de epígrafe en el inicio de la primera parte del libro. Esta cita es asimismo el punto de partida con el que Barei recorrerá y enlazará los sentimientos de desarraigo y desolación que provocan los desterramientos haciéndolos suyos a través del recuerdo débil e inestable, acaso conjetura visual, que le provoca una vieja fotografía de su abuelo, a quien nombra “el padre de mi padre”, como para testimoniar en el aire la secuencia de las generaciones en el tiempo. 

Es así como la poeta empieza a dibujar el mapa de la extrañeza, a topografiar un territorio abandonado, (¿una patria?), sujeto a la añoranza. Una añoranza acompasada por la imperiosa necesidad de ganarse el sustento familiar con el sudor de la frente del zapatero o del hortelano, que al final del día habrá recibido sólo cinco pesos: “Suficiente para el pan de hoy / Suficiente para ir con la cabeza en alto” mientras “el amor se desviste / como una superficie rizada por el viento / como un cerco de arena”. 

Y en este hacer, en este luchar por la supervivencia, empieza la vida, nos dice Barei, como un milagro existencial suspendido entre dos orillas, “bajo la engañosa transparencia de la luz / de este sueño”. Un sueño del que apenas resta una memoria borrosa habitada por paisajes y patrias a las que nunca se volverá, porque no hay caminos de vuelta al lugar de donde se ha partido (“no hay camino que nos traiga de vuelta”), salvo la equívoca creencia de no haberse ido. Salvo un baúl de herramientas perdidas, en el que, como una caracola, los herederos oyen o pueden oír el oleaje de un mar o el rumor de la tierra de un país desconocido o los pasos de un abuelo, el exiliado de la guerra o del hambre, sonando “en la extensión quieta de la casa” cada mañana o fragmentos de una reiterada mañana.

“Sangre acompasada” es un bello y desolador libro de Silvia N. Barei sobre la extranjeridad existencial y la acompasada extrañeza vital del ser humano y de las cosas que no se ven en el mundo y que constituyen la dramática realidad oculta por las sombras, pero que sentimos con cada latido del corazón. Un libro que obra como un mandato del mar, cuyo sonido es como el irresistible canto de las sirenas que atrae al ser hacia el atávico e inefable sueño del origen. 



[i] Teoría de la crítica, Alción, Córdoba, 1998.]

[ii] Literatura e industria cultural, con Beatriz Ammann, Premio Ensayo del Fondo Nacional de las Artes, 1987; Culturas en conflicto, Ferreyra Editor, Córdoba, 2012

[iii] Animal ciego, Alción, Córdoba, 2017.

sábado, 28 de octubre de 2023

PALTAS (Y OTROS POEMAS), José Di Marco

 



Grabado de portada Nicolás Zulberti - Colectivo Glauce Baldovín, Río Cuarto, 2023. Edic. única de 50 ejemplares, firmados por el autor.

 Ya en su primer poemario, “Mundo sublunar” (2006), José Di Marco revelaba una fuerte personalidad. Este libro, como escribí en su momento[i], “es un diálogo íntimo entre el alma y el cosmos situados en ese inefable lugar donde el silencio y la vida no pueden evitar la fugacidad y el caos. Un lugar en el espacio/tiempo donde el presente es una intermitencia y el poema un efecto que ofrece «una perspectiva inédita de las cosas»”.

En sus libros siguientes –“Una música anterior” (2010) y “Lo que pudo ser” (2018)- el poeta ahonda este diálogo valiéndose de un lenguaje que, a veces, se convierte en «piedra ciega» cuando las cosas reclaman «su nombre propio» y lo obligan a descreer y situarse «a la altura del zócalo / para darse una visión del mundo». Una visión del mundo tan rigurosa que el poema resulta un pentagrama que puede leerse y escucharse con sentido único. Una música anterior que en esta pequeña joya poética que es “Paltas (Y otros poemas)” suena con nitidez.

El libro, con ilustración de portada a cargo de Nicolás Zulberti, cuyos danzantes parecen escapados de “La danza”, de Henri Matisse, precisa la poética de Di Marco hasta el punto de inducir al lector a pensar que su cometido es el lenguaje. Pero, en una reciente entrevista[ii], el mismo poeta da la clave al confesar su admiración por el filósofo Ludwig Wittgenstein. José Di Marco no habla del lenguaje. Como en sus libros precedentes, José Di Marco trata del mundo vuelto “una sala de terapia intensiva”, y revela el perenne diálogo entre la existencia y los existentes “haciendo nada más que poesía”, que es la expresión más radical del lenguaje. Un lenguaje que al asumir la fragilidad y las debilidades humanas no puede evitar en su decir los efectos -la malversación de las palabras, la confusión de los sentidos, la falsificación de la verdad, la violencia de las bestias, etc.- de “una lengua en estado de quiebra”, que nos hace vulnerables y fugaces, “un texto lábil, que cada uno escribe a su manera”.

Y es así como aparecen los paisajes extraños, acaso los mismos que percibe ese perro de ojo lastimado, que se muestran como vías de escape y confusión –“un mapa trazado con los pliegues del silencio y la desdicha”- de un mundo que, al ser mal dicho, se ha vuelto inhabitable obligando a que cada uno se hable “para adentro con el hueco que somos”.

Sí, nos dice el poeta, en este mundo somos “criadores de ojos”, una suerte de Prometeos encadenados a la roca de una realidad exponiendo los hígados –“la noche transitoria”- al poder insaciable que devora los sueños y las visiones. Es el punto donde todo se desvanece. Hasta la escritura que sustenta el poema, hasta la lengua del amor, esa lengua que todos hablan y nadie entiende, tal vez porque sus signos y sus sentidos escapan del mundo, de la lengua en quiebra. Y, al cabo, hablamos solos en una casa abandonada, en un mundo deshabitado, donde apenas persisten los recuerdos de un padre, de una madre, de un hijo, de una pareja que danza desnuda con los ecos de una “música anterior” al latido de sus corazones. En esto consiste el desamparo del yo, que, despojado de emocionalidad romántica, traspasa los límites biográficos para trascender al yo común que nos concierne como especie angustiada por la extrañeza existencial. Es este yo desnudo quien explora la tierra de nadie del lenguaje, sus territorios fronterizos donde campean las últimas luces de sentido que alumbran las metáforas de lo imposible. Esta es la naturaleza del yo poético que sustenta la poesía de José Di Marco.

[i] Blog Mis (re) lecturas. José Di Marco. http://milecturadelasemana.blogspot.com/search?q=Jos%C3%A9+Di+Marco

[ii] Entrevista a José Di Marco por Camila Vazquez. ECM 1040, 27/09/2023.

sábado, 21 de octubre de 2023

LUGONES, ENTRE COLES Y LECHUGAS, Fernando López

 


Fernando López, acaso el mayor referente de la novela policíaca cordobesa y padre de “Córdoba mata”, el más importante encuentro anual de la literatura de este género en el país, escribe una aproximación biográfica ficcional y acotada en el tiempo, a la controvertida figura, desde el punto de vista ideológico, del poeta Leopoldo Lugones (Raíz de dos, Córdoba, 2014)


Desde el mismo título del breve libro -91 páginas-, el autor sitúa al vate cordobés “entre coles y lechugas”, es decir fuera del esperable contexto intelectual desde el cual se proyectará históricamente su imagen. El Lugones con el que se encontrará el lector no es el “mayor poeta argentino”, según la reconocía Jorge Luis Borges, sino un veinteañero algo romántico que, por circunstancias de la vida, va a parar a San Francisco siguiendo un pobre empleo, cuando la hoy ciudad era apenas una colonia chacarera, donde se concentran inmigrantes europeos, sobre todo italianos, y donde acaba de llegar el ferrocarril. Este joven inteligente, soñador y ambicioso, cuyas miras están puestas en los cenáculos literarios de Buenos Aires y París y su corazón en una bella joven cordobesa, no puede evitar el malestar que le provocan el lugar y sus habitantes, la mayoría de los cuales apenas si habla castellano. Este Lugones se manifiesta literariamente, en el momento temprano en que sus ideas contrarias al catolicismo, sobre todo a la venalidad eclesiástica, y a las injusticias sociales determinan su conducta llevándolo a plegarse, aunque sin un convencimiento profundo, al bando de los desheredados, cuya admiración se gana menos por sus versos que por su participación protagónica junto a un amigo en el descarrilamiento de una locomotora, cuyo fuego incendia los campos y las cosechas de los arrendatarios de los campos, ya golpeados por la epidemia que castiga a los barrios pobres.

Esta biografía ficcional de Lugones quizás podría tomarse como un supuesto pasaje pintoresco en la vida de quien habría de introducir la poesía argentina en el modernismo y presidir la Sociedad Argentina de Escritores, la cual fijó el día de su natalicio como día del escritor, si no fuese porque, más allá de lo que se cuenta en “Lugones, entre coles y lechugas”, se descubre el espíritu ardiente y contradictorio del personaje, su honda egolatría y su ambición que lo llevarán a ser uno de los mayores poetas argentinos y al mismo tiempo a protagonizar sonados duelos dialécticos en política y a transitar desde el ateísmo libertario y el socialismo de sus tiempos juveniles hacia el nacionalismo y el incipiente fascismo. Lo que Fernando López parece exponer con sutileza e inteligencia en este libro es que, en el espíritu del entrañable Lugones veinteañero, ya anidaba el repudiable Lugones adulto que se suicidirá, dicen que por amor, en 1938, y  que años antes, en 1924, a propósito del centenario de la batalla de Ayacucho, proclamará en su discurso que “ha llegado la hora de la espada”. Una idea que comulgaba con las aviesas intenciones de los militares que, en 1930, encabezados por el general José Félix Uriburu derrocaron el gobierno democrático de Hipólito Yrigoyen e inauguraron la llamada “década infame”.


EL PRECIO QUE PAGAS, Peter Redwhite

 

 


Elliot Murphy en el prólogo a este libro (Berenice, Madrid, 2021) afirma que “tan sólo podemos escribir sobre aquello que conocemos o, al menos, acerca de lo que nos gustaría saber y, aun así, nada podría estar más alejado de la verdad que la auténtica ficción […] Todas suntuosas mentiras ataviadas de lujuriosa verdad. Lo que llaman literatura”. Y esta parece ser la premisa desde la que Peter Redwhite -seudónimo del joven escritor español Pablo Sánchez García- emprende su búsqueda y exploración de sí mismo. No está sólo en ese largo viaje en tren. Otros pasajeros lo acompañan, todos anónimos, aunque desde su observatorio particular les atribuye una biografía a partir de las apariencias que le brindan sus vestuarios y sus gestos.

Pensamiento y memoria son las monedas de cambio de ese recorrido autista en el que el paisaje que se desliza a través de las ventanillas lo constituyen sus recuerdos y las vidas que atribuye a los otros, como en una vieja película, y connoto el adjetivo porque el paisaje pasa como en el cine antiguo, es decir, mediante la proyección de una película del exterior, mientras los protagonistas viajan en un tren, en un automóvil o en una diligencia, como la que evoca de John Ford,  con la banda sonora de Leonard Cohen, Neil Young y, sobre todo, Bruce Springsteen, que le llega a través de los auriculares. En otras palabras, un complejo artificio narrativo para que el viaje sea un “deslizamiento” de los recuerdos y los deseos. Una suerte de pasaje introspectivo que sitúa el presente del protagonista entre dos estaciones que acaso equivaldría a decir, como quería Kazantzakis, entre dos abismos.

Peter Redwhite narra aquí el viaje de un pasajero capaz de percibir que la realidad evidente, con su materialidad explícita, oculta las múltiples dimensiones del universo existencial del que el ser humano es parte y que nada puede hacer para evitar su mecánica, salvo vivir, Quizás sea este el precio a pagar mientras el tiempo continúa su fluir. “No sé si los discos de Bruce Springsteen continuarán viviendo como los relojes de los soldados muertos […]”, escribe Redwhite y la frase, colgada de la música, nos pone ante la perennidad de lo humano y sus creaciones en conflicto con el implacable discurrir del tiempo.

Con una prosa por momentos brillante, Peter Redwhite parece querer asirse a los mimbres de la literatura que, a finales del siglo XIX y principios del XX, apuntó hacia la modernidad, pero que acabó casi ahogada en el fragor de la industria y sus “suntuosas mentiras” sin huellas de alguna verdad para que nadie se entere del precio que paga por su unidimensionalidad, según conceptúa Herbert Marcuse.

ATAJOS Y ESCARAMUZAS, Ricardo Pochtar

 


Desde el mismo título, este libro de Ricardo Pochtar (El sastre de Apollinaire, Madrid, 2022) parece constatar que al poeta no le quedan caminos trazados que seguir sino atajos ni batallas que librar sino escaramuzas como un soldado perdido en un mundo -entendido éste como una construcción cultural- que se desintegra progresivamente. Estos poemas -o aforismos, como él mismo dice- se revelan a través de la lectura como un continente partido en infinidad de islas, como fragmentos de un pensamiento mayor. [Los poemas son tramos de una escalera de Sísifo / peldaños que se derrumban para volver a empezar].

En este sentido, Pochtar prefigura la realidad como una imposibilidad de ser expresada poéticamente en su totalidad, de modo que sus poemas recogen y expresan un territorio cuya única cartografía alcanzable es de fugacidades, un mapa fragmentario y fragmentado. No obstante, su creación deviene acto de resistencia y el poeta guardián de la palabra -un “logócrata” diría George Steinberg- emboscado en ese bosque de símbolos que imaginaba Baudelaire. Un emboscamiento desde el cual sale a librar sus escaramuzas dialécticas utilizando el lenguaje como argamasa poética que le permite intentar fraguar una lengua resistente a la degradación ética que aboca al mundo a su desgracia y al ser humano a su infelicidad.

Pero esa nueva lengua que surge del empeño del poeta no es perfecta, arrastra las dudas que dejan la devastación de los campos semánticos y la malversación de los sentidos [“Sólo cuando se pueda dudar de todo Dios será realmente / necesario: cualquier resquicio de certeza en este mundo / amenaza su existencia”].

Como acertadamente afirma Julio Obeso en el prólogo del libro, la interrogación se convierte en un “nuevo símbolo” de una empresa destinada, quizás, al fracaso, pero, mientras tanto, opera a modo de interpelación a la tradición poética, tanto oral como escrita. Preguntas que son “botellas vacías esperando olas propicias”. De aquí que el poeta considere el poema como un fragmento, como una idea fugaz, un aforismo iluminador [“¿Y qué es el aforismo si no una idea fugitiva, una idea salvaje a la deriva?”, o bien “Por el poema espiamos una realidad deslumbrante / que sin su penumbra no podríamos soportar”]. Porque esa realidad insoportable para el humano existente es representación de un territorio que, tal vez, fue edénico y ahora se manifiesta como un paisaje arrasado por la violencia y la inhumanidad, en cuyas ruinas es posible, aún, ver las huellas de la vida antes de su expulsión. Pero, aun así, quizás porque la experiencia de Ricardo Pochtar, poeta argentino de la diáspora que reside en España desde hace varias décadas, se nutre de la irremediable pérdida, “Atajos & Escaramuzas” es un libro que cifra sus versos en la resistencia como esperanza: “En olas pequeñas llegan / letras rozando la arena / bajo un mar de otro hemisferio / un libro sumergido / habrá entrado en erupción”.

EN TEMPS INABASTABLE, Jorge Rodríguez Hidalgo

 


 


“En temps inabastable” (En tiempo inalcanzable)  (Stonberg Editorial, Barcelona, 2022, Prólogo Vinyet Panyella, Epílogo Lola Irún y Fotografías Pepeta Petita) es el primer libro de poemas escrito en catalán por Jorge Rodríguez Hidalgo (Cornellá de Llobregat,1961). 

Este poeta, hijo de andaluces emigrados a Cataluña, aunque tiene como lengua madre el castellano, asume como propia, con amor y enjundia, la de la tierra que lo vio nacer. Esta asunción es tan plena que, aquí, el poeta parece encontrar su voz más genuina, tanto en la sonoridad del otro idioma como en la precisión de su escritura, siguiendo los pasos de una tradición poética que no duda en reconocer en sus nombres más emblemáticos y enfatizar en la mayoría de los epígrafes que preceden a sus poemas. Esta entrañable comunión con la lengua adoptiva (o adoptante) le confiere al poeta un ¿inesperado? y eficaz instrumento para acceder a un registro más profundo a las realidades de sus vivencias y, de este modo, retener instantes y percepciones de un tiempo inalcanzable que se disgrega, como se disgrega indefectiblemente la luz en los cuadros del inglés J.M.W. Turner, y que ejemplifica en el poema inicial. “Treballa el Francolí[i] dins del congost. / Divideix la vall amb la ferida / de la llera i alhora allibera / esplugues com a arquitectura suprema. / Plou al cim de la serralada; / sobre mullar plou al riu. / El temps s’esmicola / en còdols de paciencia. / La pluja serva la memoria de l’origen / y lliura a la carn de la pedra / la cruesa del tal mentre s’allunya[ii]. ”

El libro nació de breves notas que el autor iba tomando año a año, cuando llevaba a uno de sus hijos a una escuela de verano, localizada en la tarraconense Sierra de Prades, en la cuenca de Barberá. Con el tiempo, estas notas se revelaron como fugaces percepciones fijadas en la escritura de la lengua social del poeta como paisajes interiores, en los que la naturaleza y la carne conforman un todo en constante disolución y transformación; un territorio etéreo, donde “no hi ha solitud, sinó inhòspites incògnites”[iii] de sonidos y perfumes; un lugar, un espacio sin cielo, en el que, acaso, el ser humano no importa como tal, porque es parte de esa naturaleza en perenne mudanza, que, más allá de la roca, “que elude la angustia del vértigo” y deja que el liquen inscriba el “alfabeto de la soledad”, se abra a ese espacio de la memoria sin recuerdo, donde “anida la sombra”, “el reverso de la luz”La misma luz que, en algún momento, empapa la piedra. En esta tesitura, no es capricho que “En temps inebastable” esté dedicado “als meus morts, natura estimada”[iv] ni que el primer poema citado lleve el pie “hacia lo inalcanzable”. Todo vive, según este poema como un latido de la vida, según la tradición panteísta de los románticos alemanes e incluso en la más reciente tradición poética catalana, según Rodríguez Hidalgo, se encarga de testificar a lo largo del libro.

Este libro contribuirá (o debería contribuir finalmente) al reconocimiento de un poeta (Humanódromo, 1997, La sobriedad de la distancia, 2004, El follador del puerto, 2015) inmerecidamente situado en el “reverso de la luz” por el prejuicio de la capilla, porque constata con rigor que su poesía atraviesa la incandescencia que quema las polillas.

Cabe mencionar que esta edición de “En temps inabastable” se beneficia de las descarnadas imágenes fotográficas en blanco y negro, que complementan el texto poético con el paisaje desnudo de la Sierra de Prades, según la cámara de Petita Pepeta, seudónimo de la fotógrafa Pepi Orihuela.

 



[i] Río de Tarragona, que desemboca en el Mediterráneo.

 [ii] Se afana el Francolí en el congosto. / Divide el valle con la herida / del cauce mientras libera / cuevas como arquitectura suprema. / Llueve en la cima de la sierra; / sobre mojado en el río llueve. / El tiempo se desmenuza / en guijarros de paciencia. / La lluvia guarda la memoria del origen / y en la carne de la piedra entrega / la crudeza del corte mientras se aleja.

[iii] No hay soledad, sino inhóspitas incógnitas.

 [iv] A mis muertos, naturaleza amada.

LOS NÁUFRAGOS, Leonor Mauvecín

 



Con Los náufragos (El Mensú Ediciones, Villa María, 2021), libro de poemas finalista del Premio Literario Provincia de Córdoba, Género de Poesía 2020, que otorga la Subdirección de Letras y Bibliotecas de la Agencia Córdoba Cultura, Leonor Mauvecín se proyecta como una de las voces más personales y sólidas de la poesía argentina contemporánea.

Para Gilles Deleuze toda creación artística es inevitablemente fragmentaria dada la imposibilidad humana de concebir el todo; de abarcar la totalidad de la realidad. El poema Los náufragos parece no escapar a esta idea. Es frecuente que la mayoría de los poetas reúna en un libro tales fragmentos como piezas más o menos autónomas con sus correspondientes títulos. Leonor Mauvecín salva poéticamente este tipo de formulación e hilvana los distintos fragmentos que componen el libro, a su vez parcelado en tres partes significativamente rotuladas “El borde del abismo”, “Los trabajos y los días” y “La caverna”.

Siempre con un verso preciso de imágenes diáfanas, que abren un amplio horizonte semántico sin perder el hilo -el hilván- narrativo, Mauvecín avizora el naufragio y sitúa a los náufragos que somos en el ojo de la angustia existencial. Ya en el fragmento VI de un libro anterior -Postales de otoño- nos había reunido en la misma embarcación (Y éramos todos Stephen Dedalus, poetas rebeldes / y éramos todos Ulises en busca de Ítaca, / y éramos todos en la misma barca). Una misma barca de cambiantes formas destinada al naufragio en el abismo líquido junto a cuyo borde se asoman los ojos desorbitados / desde el fondo del agua de los ahogados, mientras los sobrevivientes -los náufragos- se alimentan de las frutas sobrantes y podridas del jardín ¿acaso el mismo jardín salvaje donde la sequía carece de rostro?

Pero la pregunta que la poeta se hace al borde del abismo es otra y su sola fonación mientras el mundo se desintegra lastima la garganta, araña la piel del inexorable exilio en el mundo: ¿Y Dios? Dios es una respuesta desoladora, como impotente parece ser su mirada y su silencio absoluto frente al dolor de los náufragos, esa realidad que es sólo un eco, como intuirá Platón, y los náufragos, un grupo de confusas sombras que “ocultan la realidad”, según escribió Emanuel Lévinas en La realidad y su sombra. Una realidad otra, una realidad oculta que el lenguaje vulgar no puede alcanzar, pero sí descubrir el lenguaje poético en sus más altos registros, como es el de Leonor Mauvecín. En este sentido, el lenguaje poético atraviesa lo ordinario y capta lo esencial de esa realidad para contar cómo las sombras invaden las ciudades desgarradas / expuestas, en jirones de amor y soledad. / Ciudades sujetas al diente del león hambriento / al murciélago con patas de araña / a las ratas que deambulan por laberintos siniestros […].

Y es en este punto, que la poeta entra de lleno junto a los náufragos, a los exiliados del mundo, y los sigue por los sombríos callejones. Su hilván es el hilo que Ariadna entregó a Teseo para que se adentrara en el laberinto, matara la bestia y saliera a la luminosidad del día. Pero Mauvecín sabe que los náufragos no olvidan, como olvidó el héroe que dio muerte al Minotauro a quien le ayudó a escapar. Los náufragos recuerdan la semilla y a ellos les llega, en ese momento crucial de su existencia, el cántico de los labradores que florecía al compás de la lluvia; tampoco olvidan que sus raíces estarán por siempre expuestas a la corrosión de la sal, a la dicha y desdicha del tiempo, que gobierna sus trabajos y sus días y, sin tregua, los arrastra como la corriente que imaginó Héráclito el Oscuro con forma de río, que es el mismo y es otro, como distinto es el rostro de cada uno “que se mira en los gastados espejos de la noche”, según reza el epígrafe del libro firmado por Borges. Y al final, en el colmo del naufragio, la poeta se dice Y entre tener y no tener, el desvelo. / Para qué -me digo- / si cuando la piedra caiga en el río Aqueronte / el oleaje de las sombras / me entregará al olvido.

ELLA TAMBIÉN ES TODAS ELLAS, Ricardo Di Mario

 


Con “Ella también es todas ellas”, (Edición Letras y Bibliotecas Córdoba, Córdoba, 2021) Premio Literario Provincia de Córdoba 2020, Género Poesía, Ricardo Di Mario continúa su recorrido por los senderos interiores del alma de seres apegados a la tierra y a un paisaje encarnado en sus gestos, aún en aquéllos más imperceptibles. Pero aquí, su poética se abre a las fantasías de la intimidad, atraviesa los espejos hasta encontrar los reflejos comunes que nos identifican con el otro, con los otros.

Ya en el primer poema Di Mario deja sentada su intencionalidad cuando cuenta que “ella era una mujer de carbón / en su memoria prístina ronda un olor a madera quemada / a humedad de la tierra…”. Esta entrañable identificación define el carácter de un ser singular y bello dador de vida y, por consiguiente, partícipe de todas las otras vidas que laten en el mundo. Un ser cuya entereza, cuya fortaleza, le permite enfrentar y superar cuantas adversidades le sobrevienen, sean desiertos de arena, dolorosas soledades con “punta de espinillo” o un barro que ensucia los recuerdos. Nada es impedimento porque el amor está allí, en el interior de una ría donde habita el “animal transparente” con el cual se consuma.

Y es de este modo, como Ricardo Di Mario edifica su escritura, sobre el dolor y el amor. Es así como su poesía se abre a la esperanza para escapar de ese tiempo de “elefantes muertos en la vereda” y atravesar “el espejo como un pan fresco del horno”. Desde este umbral, desde esta frontera especular, el poeta escribe y sus versos se disponen siguiendo la misteriosa mecánica del universo, como “piedras en el río que las ordena a su antojo [conformando] un fondo que nunca vemos”. Un fondo que, si bien no vemos, está en el sentido de la escritura y de la memoria, de los recuerdos que indefectiblemente se irán disipando, porque “el olvido es una tierra arrasada que se devora todo hasta lo necesario”, aunque en su momento las vivencias hayan sido esa conmoción constante, ese desafuero que nos abocaba a enterrar libros, folletos y carteles que anunciaban una ilusoria libertad. Y Di Mario aquí, parece detenerse, tomar aliento y, mientras lo hace, metaforiza el umbral, para alejarse y ofrecernos la visión de la frontera: “A un lado de la ventana una estatua perfecta de pájaro”, ¿acaso la muerte?, y del otro “alguien escribe”. Afuera, el vuelo del pájaro detenido ¿imagen del espíritu contemporáneo? y adentro alguien que escribe procurando recuperar “el aleteo ausente”, la voz desnuda escondida en el tiempo. Aquí, en el poema VIII, la alusión a Edgar Degas no es caprichosa. En sus cuadros, el pintor francés se sitúa y nos sitúa frente al ojo de la cerradura, frente a una rendija abierta por la imaginación, para que observemos la intimidad de los personajes, como el poeta lo hace de nuestra propia historia desde los tiempos más remotos, razón del poema siguiente:  “Una muy antigua untó con aceite de animal marino todo su / cuerpo y cruzó el canal casi desnuda / otra hija de la tierra soltó el cabello y caminó delante del / cortejo hasta el camposanto / negra ya no esclava encendió un puro lo mordió y humeó la / tienda del difunto…”.

La mujer, la tierra, la dadora de vida no cesa en su trajín y ella, que no es diosa ni la libertad guiando al pueblo, sino “continente / unas veces de agua y otras de tierra / enorme territorio que se abre a la luz”, para ser en el mundo, para “vivir al día sin mandatos de la memoria y del olvido” hasta que arda en los “fuegos de la tarde”, hasta el final del día, hasta el final de los días, hasta llegar al territorio de los “silencios que conmueven más que las palabras”.



domingo, 30 de abril de 2023

O LAS ESTACIONES, Antonio Tello

 Lectura de la poeta Sonia Rabinovich de la versión argentina de O las estaciones (Ediciones del Callejón, Los Hornillos, Cba., 2022).


Abrí la puerta de " O las estaciones y la naturaleza misma me recibió plena y frondosa , devastada y líquida. Pero... era la naturaleza? El poeta nada en sus ríos y se detiene en árboles y aves pero se sirve de ellos como imágenes que hablan de la vida , del amor y el desamor , de las distintas estaciones del ser .Este libro es una mamushka donde cada palabra es habitada por otra que la re-significa .
" Tello se me apareció cruzando a pie el río de la vida " dice tan bellamente en la contratapa Osvaldo Guevara y con tanta certeza .
Porque" no es el murmullo del agua lo que oímos a orillas del río ". El poeta dice que " el río es silencio que fluye".
Y no queda más que estremecerse ante la aparición de la poesía pura en el poema, de la mirada otra que revaloriza la palabra y entonces escribir se transforma en "escrivivir".
" El vuelo del ave y el gesto del adiós se asemejan/ ambos dibujan grafías de ausencia en el aire" Aquí se observa claramente la síntesis logradisima por Antonio Tello donde el mundo exterior y el interior se unen y solo un poeta como él lo puede expresar hasta dejarnos extasiados o bien en entasis ( asombrados y mudos hacia adentro)